Por Walter Toapanta. Director de Acelerando.
Hoy, el gran Ayrton Senna, triple campeón mundial de la F1 1988, 1990 y 1991, debió haber cumplido 60 años, igual que yo. Con seguridad, sesenta años de éxitos, de glamour, de idolatría infinita y de asistencia social a los más necesitados como a él le gustaba. Pero este tipo de historias no necesariamente tienen un final feliz. Se fue, ante el estupor de millones, un domingo 1 de Mayo de 1994 tras chocar su auto Williams a más de 300 km/h en la fatídica curva de Tamburello en la pista de Ímola, mientras se disputaba el Gran Premio de Italia.
Año 1989. Para entonces yo era un novato, pero entusiasta redactor de deportes del diario El Comercio. Había ingresado al selecto grupo de periodistas de ese querido diario un año y medio atrás y poco a poco me iba acoplándome a las exigencias de mis jefes editores.
Gracias a mi esfuerzo y a la guía de mi editor de deportes Dr. Víctor Hugo Araujo (+), tuve el 29 de diciembre de 1988 mi primera cobertura internacional en Brasil. La misión era redactar la participación del “menino de ouro” (niño de oro) Rolando Vera en la clásica carrera atlética de San Silvestre.
El menino o también conocido como el «chasqui de oro» ganó la noche del 31 de diciembre de ese año, provocando la euforia colectiva de la gente en Ecuador.
Mi vida periodística continuaba bastante bien en los primeros cinco meses de 1989, realizando coberturas deportivas de toda índole: fútbol, ciclismo, básquetbol, atletismo, hasta tenis con el poco conocimiento que yo tenía de ese deporte y, por supuesto, automovilismo.
Una tarde, poco menos que ocho días antes del Gran Premio de México 28 de mayo de ese año, llegó a la redacción una invitación para un encuentro en Quito con el cinco veces campeón de la F1, el argentino Juan Manuel Fangio.
El famoso “chueco”, fallecido el 17 de julio de 1995, tuvo una entrevista inolvidable con miembros de la prensa quiteña, en la que tuve también estuve.
Fangio contó sus historias en la F1, sus cinco victorias y hasta el relato de su secuestro en La Habana.
Por aquel tiempo, a Ayrton Senna lo admiraba como miles en el mundo. A sus 29 años era un ídolo mundial por sus famosos rebases en curvas, su mágica y hasta suicida conducción bajo la lluvia, por eso le decían ´Magic´.
En el Diario, una tarde del 20 de mayo, casi al final de la jornada, mi editor me informó que he sido designado para ir a cubrir el Gran Premio de la F1 en México. No lo podía creer. Pensaba que era una broma, tomando en cuenta que en el equipo de redacción de deportes había periodistas de mayor renombre y experiencia, inclusive mi propio editor pudo haber viajado.
No obstante, la suerte o el éxito estaba de mi lado, bajo la aprobación de la directora del Diario, doña Guadalupe Mantilla de Acquaviva, a quien la recuerdo con admiración y eterna gratitud.
Para entonces, la tecnología ya se empezaba a ver dentro de la redacción: teletipos, computadoras híbridas y fax (para enviar textos como si fueran copias). La empresa Proesa, comercializadora de conocidas marcas de tabacos, había invitado a un grupo de aficionados y dos periodistas. El otro fue Hugo Landeta, quien trabajaba en el diario Hoy.
Llegamos a Ciudad de México la mañana del sábado 27 de mayo en un vuelo de la entonces compañía estatal Ecuatoriana de Aviación. Nos alojamos en el quinto piso del hotel Crown Plaza (no se si exista hasta hoy) en la zona rosa. Dos horas más tarde nos enteramos que en el mismo hotel estaban hospedados los pilotos de la F1 entre ellos Ayrton Senna y Alain Prost, McLaren Honda. Por eso, a partir del piso séptimo era prohibido subir.
En la tarde en el mismo hotel, después del almuerzo, hubo la conferencia de prensa con Senna, Prost, Ricardo Patrese (Williams Renault) y Michele Alboreto (Tyrrell-Ford). Tal como nos habían anunciado, hubo una estricta seguridad, imposible acercarnos a los pilotos. El evento se terminó, los pilotos se esfumaron y nosotros, todavía emocionados con la experiencia que vivíamos, seguíamos en el lobby, otros salieron a un breve paseo cerca del hotel.
Llegó la noche, la cena de recepción para el grupo de ecuatorianos y otros invitados; luego, todos a dormir porque al siguiente día era el Gran Premio en el circuito Hermanos Rodríguez.
Esa noche no cerré los ojos mi un segundo, pasé en vela hasta el amanecer. No sé si fue por la emoción de estar en una F1 o porque el banquete de esa noche no me cayó tan bien que digamos, pero no dormí.
Tan pronto amaneció, me vestí ligeramente y bajé a la recepción para conseguir un diario y enterarme los pormenores de la previa de la F1.
Estando conversando con uno de los recepcionistas, de reojo, al fondo en una esquina del restaurante del hotel, alcanzo a ver a un hombre flaco, alto y bien parecido desayunando solo.
Era Ayrton Senna, quien al parecer finalizaba su alimento y se alistaba para ir al autódromo. Entre mi nerviosismo y tartamudeo, pude abordarlo. Él fue muy gentil, saludó amablemente, contó superficialmente sobre la carrera de esa tarde. Yo, en cambio, le dije que en diciembre estuve en Sao Paulo en la carrera de San Silvestre. Le dije él tenía muchos hinchas en Ecuador, incluido yo; sonrió, me pidió una hoja de papel, preguntó mi nombre, firmó un autógrafo “Para Walter, con especial estima, Ayrton Senna, mayo 1989” y se marchó con su portafolio y a bordo de un Mercedes-Benz.
Esa tarde, Ayrton (McLaren Honda) ganó la competencia, seguido por Patrese y Alboreto.
Cerca de las 10 de la noche, nosotros dejábamos el hotel rumbo al aeropuerto. Estando en el bus, desde la ventana vi llegar a Ayrton al hotel con su maletín color negro.
Camino al aeropuerto iba feliz y emocionado por el encuentro con Senna y por su victoria. Esa mañana del 28 de mayo de 1989 no sé si fue suerte o no, pero tuve el honor de conversar con Magic un par de minutos.
De regreso a casa iba escuchando con mis audífonos la música del grupo Gypsy Kings. Desde esa vez nunca más lo vi a Senna personalmente, ni cuando tuve la suerte de estar en otro GP en Brasil.
Senna vive en mi corazón y en la de miles de aficionados a la F1.